26.3.14

serenidad

2. f. Título de honor de algunos príncipes.

2 comentarios:

  1. Alguna vez el I-Ching me recomendó ser como un árbol: sereno en su soledad.

    Cervantes inicia El Quijote haciéndole honor a esta palabra, o a su ausencia:

    «Desocupado lector: sin juramento me podrás creer que quisiera que este libro, como hijo del entendimiento, fuera el más hermoso, el más gallardo y más discreto que pudiera imaginarse. Pero no he podido yo contravenir al orden de naturaleza, que en ella cada cosa engendra su semejante. Y, así, ¿qué podía engendrar el estéril y mal cultivado ingenio mío, sino la historia de un hijo seco, avellanado, antojadizo y lleno de pensamientos varios y nunca imaginados de otro alguno, bien como quien se engendró en una cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido hace su habitación? El sosiego, el lugar apacible, la amenidad de los campos, la serenidad de los cielos, el murmurar de las fuentes, la quietud del espíritu son grande parte para que las musas más estériles se muestren fecundas y ofrezcan partos al mundo que le colmen de maravilla y de contento. Acontece tener un padre un hijo feo y sin gracia alguna, y el amor que le tiene le pone una venda en los ojos para que no vea sus faltas, antes las juzga por discreciones y lindezas y las cuenta a sus amigos por agudezas y donaires. Pero yo, que, aunque parezco padre, soy padrastro de don Quijote, no quiero irme con la corriente del uso, ni suplicarte casi con las lágrimas en los ojos, como otros hacen, lector carísimo, que perdones o disimules las faltas que en este mi hijo vieres, que ni eres su pariente ni su amigo, y tienes tu alma en tu cuerpo y tu libre albedrío como el más pintado, y estás en tu casa, donde eres señor della, como el rey de sus alcabalas, y sabes lo que comúnmente se dice, que "debajo de mi manto, al rey mato", todo lo cual te esenta y hace libre de todo respecto y obligación, y, así, puedes decir de la historia todo aquello que te pareciere, sin temor que te calunien por el mal ni te premien por el bien que dijeres della».

    Una amiga brasileña me aconsejó, antes de volver a Colombia, mirar siempre al cielo. Muchas veces, cuando lo miro, siento que mi mirada se abre.

    «Si de alguna manera se definiese aún al hombre, a pesar de todas las definiciones que sobre él han caído como aguacero logomáquico, nosotros los definiríamos: un animal irónico, o un animal que ríe. Es su prerrogativa, su celeste prerrogativa; y el que ha intentado impedirla ha falseado los más nobles impulsos de la naturaleza humana:

    Yo dije en La hermana Agua:

    "Lleva, cantando, el traje con el que el Señor te viste,
    y no estés triste nunca, que es pecado estar triste".

    Y en efecto: encuentro que estar triste es el pecado mayor, y veo con placer inefable cómo la humanidad torna suavemente al esplendor de la edad griega; cómo priva otra vez cuanto es gracia, ingenio, epigrama, agilidad de espíritu; cómo nos vamos riendo de todas las indigestas filosofías; cómo encontramos ridículos a los hombres serios, y cómo, a pesar de la terrible agitación de la vida moderna, nos acercamos cada día más a la santa naturaleza y aprendemos en plena intemperie a amarla y a ser serenos como ella.

    (…)

    Riamos, sí, y procuremos que rían aquellos que amamos. No enmendemos la plana de la naturaleza, pretendiendo oponer a su serenidad y a su indiferencia supremas nuestros retorcimientos histéricos, y seamos como el sabio de una reciente novela, continuador de los Darwin, de los Littré y de los Spencer, que exclamaba:

    “Yo considero el mundo como un simple jardín, y tengo la alegría de una planta al sol. No pido a la naturaleza humana más de lo que puede darme: ignoro, pues, el ensueño y la desilusión: soy inconsciente y alegre como una primavera, una coliflor o un melocotón”. »

    Amado Nervo, en “Mis filosofías”.

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  2. Metaphysica? Que metaphysica teem aquellas arvores?
    A de serem verdes e copadas e de terem ramos
    E a de dar fructo na sua hora, o que não nos faz pensar,
    A nós, que não sabemos dar por ellas.
    Mas que melhor metaphysica que a d’ellas,
    Que é a de não saber para que vivem
    Nem saber que o não sabem?

    (Frammento della poesia V di O Guardador de Rebanhos, Alberto Caeiro-Fdo. Pessoa)


    ¿Metafísica? ¿Qué metafísica tienen esos árboles?
    La de ser verdes, la de tener copa y ramas,
    y la de dar fruto a su hora, lo que no nos hace pensar
    que no sabemos tenerlos en cuenta.
    ¿Pero qué mejor metafísica que la suya,
    que es la de no saber para qué viven
    ni saber que no lo saben?

    (Versión de Ángel Campos Pámpano)

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