He meditado profundamente (los últimos minutos) sobre esto de las ondas. Todos hemos sigo atacados por ellas. Y todos hemos creído alguna vez que nuestras propias ondas son inauditas. Hasta que un ángel bondadoso viene y extermina esos restos de ingenuidad que atrofiaban nuestra visión. Un ángel de esos puede ser Nietzsche, que siempre me intrigó un poco con su idea del eterno retorno. Sobre todo la supuesta sustentación física de la postulación del eterno retorno que era algo así como: en un espacio eterno, lleno de materia finita, todas las posibles combinaciones de la materia se van a repetir infinitas veces en el tiempo y estoy condenada a vivir este instante una y otra vez, hasta el fin del mundo, o hasta después del fin del mundo. Y también pienso en la transformación de las ideas, que es como si tuvieran una vida independiente de nosotros. Alguien dice algo que suena muy bien, su amigo lo toma y lo cita sin referencia en una clase, la idea se vuelve popular, tiene un grado de incorrección política que funciona como goma cerebral entre la gente políticamente incorrecta. Al final la frase, toda manoseada, reciclada y vuelta a usar, vuelve al autor primigenio y éste, desapegado y olvidadizo como todo genio, la oye y sintiendo que él no habría podido decirla mejor pero que sintetiza su visión ácida e irreverente de la realidad, la adopta y la saca en otra conversación, esta vez citando a quien se la dijo. Y éste último citado se lleva todo el crédito de una frase que se retuerce por ahí, cocinándose, esperando el momento indicado para asediar. Todos hemos sido víctimas de las epifanías transitivas, de las certezas colectivas, esas que nadie sabe dónde empiezan ni dónde acaban. Eso eso es porque son estratégicas, no se venden tan fácilmente, se camuflan y se guardan para el momento indicado de empezar la emboscada:
obsesivo, va 1. adj. Perteneciente o relativo a la obsesión.
obsesión Del lat. obsessĭo, -ōnis, asedio). 2. f. Idea que con tenaz persistencia asalta la mente.
asediar 1. tr. Cercar un punto fortificado, para impedir que salgan quienes están en él o que reciban socorro de fuera.
Que nota: Todos hemos sido víctimas de las epifanías transitivas, de las certezas colectivas, esas que nadie sabe dónde empiezan ni dónde acaban.
Por eso admiro esos imprudentes que cuestionan las cosas, yo soy oyendolos con su ingenuidad preguntando acerca de una cosa y me da risa. La risa es porque veo las caras de los demás sorprendidos y bravos con el impertinente. Ponen una cara de "como se le ocurre decir eso a ese man, que gueva, ¿a este man como se le ocurre?"
Como sabes doña Angela, mi interes es el mundo de las reuniones de trabajo, mi paraiso es una reunion de trabajo yo perdiendo el tiempo. En esas reuniones es donde he visto eso, un man exponiendo muy seguro todas sus certezas, llega un man y pregunta, al preguntón lo motiva hay veces la ignorancia o la guevonada o la curiosidad, el man que expone pone su cara de indignado y empieza a enunciar sus "argumentos" de autoridad: "yo hice embiai en cambio usted no sabe" "asi se hace en tal parte", al impertinente lo echan de la empresa, por grosero. En las reuniones yo me rio.
Juan David, las reuniones de trabajo son el invento menos afortunado para perder el tiempo. Hay ejecutivos que sí son inteligentes, entonces arman convenciones en lugares exóticos, en hoteles lujosos, con finalidades absurdas como mejorar el "clima" laboral o evaluar resultados y cosas de ese estilo. Ahí la gente se come entre sí, se la pasa en vestido de baño y borracho. Viajan y conocen, así sea la piscina del hotel. Hasta los organizadores, que llevan todo el peso, la pasan bueno. Eso sí es perder el tiempo. Gastarse la plata de la empresa con algo de sentido. Pero las reuniones que duran medio día (¡o más!), en una oficina, con un video beam, con conferencia telefónica (que no se ha acabado de inventar), en saco y corbata, con discusiones como la que ponés de ejemplo, son la manera más efectiva de entrar en depresión laboral: no sólo no se hace ni mierda en esas reuniones (además de un despliegue de egos, poder y "humor"), sino que uno sale como anulado, muerto y hasta cansado de NO HACER NADA. Muy afortunado vos que sabés sacar provecho de las situaciones más adversas y te reís, viendo el lado positivo de las situaciones.
He meditado profundamente (los últimos minutos) sobre esto de las ondas. Todos hemos sigo atacados por ellas. Y todos hemos creído alguna vez que nuestras propias ondas son inauditas. Hasta que un ángel bondadoso viene y extermina esos restos de ingenuidad que atrofiaban nuestra visión. Un ángel de esos puede ser Nietzsche, que siempre me intrigó un poco con su idea del eterno retorno. Sobre todo la supuesta sustentación física de la postulación del eterno retorno que era algo así como: en un espacio eterno, lleno de materia finita, todas las posibles combinaciones de la materia se van a repetir infinitas veces en el tiempo y estoy condenada a vivir este instante una y otra vez, hasta el fin del mundo, o hasta después del fin del mundo.
ResponderEliminarY también pienso en la transformación de las ideas, que es como si tuvieran una vida independiente de nosotros. Alguien dice algo que suena muy bien, su amigo lo toma y lo cita sin referencia en una clase, la idea se vuelve popular, tiene un grado de incorrección política que funciona como goma cerebral entre la gente políticamente incorrecta. Al final la frase, toda manoseada, reciclada y vuelta a usar, vuelve al autor primigenio y éste, desapegado y olvidadizo como todo genio, la oye y sintiendo que él no habría podido decirla mejor pero que sintetiza su visión ácida e irreverente de la realidad, la adopta y la saca en otra conversación, esta vez citando a quien se la dijo. Y éste último citado se lleva todo el crédito de una frase que se retuerce por ahí, cocinándose, esperando el momento indicado para asediar.
Todos hemos sido víctimas de las epifanías transitivas, de las certezas colectivas, esas que nadie sabe dónde empiezan ni dónde acaban.
Eso eso es porque son estratégicas, no se venden tan fácilmente, se camuflan y se guardan para el momento indicado de empezar la emboscada:
obsesivo, va
1. adj. Perteneciente o relativo a la obsesión.
obsesión
Del lat. obsessĭo, -ōnis, asedio).
2. f. Idea que con tenaz persistencia asalta la mente.
asediar
1. tr. Cercar un punto fortificado, para impedir que salgan quienes están en él o que reciban socorro de fuera.
Que nota: Todos hemos sido víctimas de las epifanías transitivas, de las certezas colectivas, esas que nadie sabe dónde empiezan ni dónde acaban.
ResponderEliminarPor eso admiro esos imprudentes que cuestionan las cosas, yo soy oyendolos con su ingenuidad preguntando acerca de una cosa y me da risa. La risa es porque veo las caras de los demás sorprendidos y bravos con el impertinente. Ponen una cara de "como se le ocurre decir eso a ese man, que gueva, ¿a este man como se le ocurre?"
Como sabes doña Angela, mi interes es el mundo de las reuniones de trabajo, mi paraiso es una reunion de trabajo yo perdiendo el tiempo. En esas reuniones es donde he visto eso, un man exponiendo muy seguro todas sus certezas, llega un man y pregunta, al preguntón lo motiva hay veces la ignorancia o la guevonada o la curiosidad, el man que expone pone su cara de indignado y empieza a enunciar sus "argumentos" de autoridad: "yo hice embiai en cambio usted no sabe" "asi se hace en tal parte", al impertinente lo echan de la empresa, por grosero. En las reuniones yo me rio.
Juan David, las reuniones de trabajo son el invento menos afortunado para perder el tiempo. Hay ejecutivos que sí son inteligentes, entonces arman convenciones en lugares exóticos, en hoteles lujosos, con finalidades absurdas como mejorar el "clima" laboral o evaluar resultados y cosas de ese estilo. Ahí la gente se come entre sí, se la pasa en vestido de baño y borracho. Viajan y conocen, así sea la piscina del hotel. Hasta los organizadores, que llevan todo el peso, la pasan bueno. Eso sí es perder el tiempo. Gastarse la plata de la empresa con algo de sentido. Pero las reuniones que duran medio día (¡o más!), en una oficina, con un video beam, con conferencia telefónica (que no se ha acabado de inventar), en saco y corbata, con discusiones como la que ponés de ejemplo, son la manera más efectiva de entrar en depresión laboral: no sólo no se hace ni mierda en esas reuniones (además de un despliegue de egos, poder y "humor"), sino que uno sale como anulado, muerto y hasta cansado de NO HACER NADA. Muy afortunado vos que sabés sacar provecho de las situaciones más adversas y te reís, viendo el lado positivo de las situaciones.
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