Una de las cosas que más me gustan de leer el diccionario es quedar perpleja con el entramado de definiciones y palabras, que parece imitar el del mundo. Da la impresión de que cada cosa, por mínima que sea, tiene un nombre o pretende tenerlo. Este nombre del sonido que hace un cosa delicada al quebrarse es pura pretensión. Pero es una pretensión tan encantadora.
"El 3 o el 4 de octubre, cuando me encontraba en el hospital de Bangor (Maine), en el que llevaba dos días internada, y tras haber sido sometida a un angiograma por la mañana, Jerry Wilson, quien había llegado dos o tres días antes para cuidarme y se encontraba enfermo, a su vez, me puso en las manos la admirable placa de malaquita por la que había yo regateando en varias ocasiones, en 1983 y 1985, en Nueva Delhi, para regalársela y por fin le había entregado el 22 de marzo anterior, por su cumpleaños, estando él, a su vez, hospitalizado en Maine. Desde entonces no se había separado de ella, pero seguramente mis manos estaban débiles o yo misma un poco adormecida, pues noté que algo resbalaba y un ruido ligero, fatal, irreparable, me despertó de mi sueño. Me sentí trastornada por haber destruido así para siempre aquel objeto tan importante para nosotros, aquella placa de mineral de dibujo perfecto, casi tan antigua como la Tierra... Pero el propio sonido de su fin había sido hermoso... “Sí”, me dijo él, “la voz de las cosas”." (introducción a "La voz de las cosas" de Marguerite Yourcenar).
Y ahora, gracias a ti querida Ángela, sabemos que esa especial voz de las cosas se llama tris.
Una de las cosas que más me gustan de leer el diccionario es quedar perpleja con el entramado de definiciones y palabras, que parece imitar el del mundo. Da la impresión de que cada cosa, por mínima que sea, tiene un nombre o pretende tenerlo. Este nombre del sonido que hace un cosa delicada al quebrarse es pura pretensión. Pero es una pretensión tan encantadora.
ResponderEliminar"El 3 o el 4 de octubre, cuando me encontraba en el hospital de Bangor (Maine), en el que llevaba dos días internada, y tras haber sido sometida a un angiograma por la mañana, Jerry Wilson, quien había llegado dos o tres días antes para cuidarme y se encontraba enfermo, a su vez, me puso en las manos la admirable placa de malaquita por la que había yo regateando en varias ocasiones, en 1983 y 1985, en Nueva Delhi, para regalársela y por fin le había entregado el 22 de marzo anterior, por su cumpleaños, estando él, a su vez, hospitalizado en Maine. Desde entonces no se había separado de ella, pero seguramente mis manos estaban débiles o yo misma un poco adormecida, pues noté que algo resbalaba y un ruido ligero, fatal, irreparable, me despertó de mi sueño. Me sentí trastornada por haber destruido así para siempre aquel objeto tan importante para nosotros, aquella placa de mineral de dibujo perfecto, casi tan antigua como la Tierra... Pero el propio sonido de su fin había sido hermoso... “Sí”, me dijo él, “la voz de las cosas”."
ResponderEliminar(introducción a "La voz de las cosas" de Marguerite Yourcenar).
Y ahora, gracias a ti querida Ángela, sabemos que esa especial voz de las cosas se llama tris.
Muy bacano eso que puso el señor Jose F, al parecer él lleva ese tris en la memoria.
ResponderEliminar(una cosita, nunca he leído a Marguerite Yourcenar, ni en el colegio, pero ese texto mientras lo leía yo pensaba que era de Margarita Duras)
(http://www.materialdelectura.unam.mx/images/stories/pdf5/marguerite-yourcenar.pdf)
ResponderEliminarYo tampoco he leído Marguerite Yourcenar, pero la cita está muy tentadora. Mil gracias Jose F. por compartirlos y por enriquecer tanto el blog.
ResponderEliminarMuchas gracias por la recomendación y el enlace Jose F.
ResponderEliminarDe nada, Ángela y Juan David.
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